SLASHER (2): DÚO DINÁMICO


Seguimos con esta majaronada inspirada por Jason Vorhees, Michael Myers, y el resto de slashers de los ochenta y los noventa.
Espero que lo disfrutéis.

BENJAMIN WALLFISCH-Trailer Music
 (IT OST, 2017)

DÚO DINÁMICO
 
Preparó las guirnaldas. La ristra con murciélagos, calderos, brujas y calabazas sonrientes se deslizó de una pared a otra, oscilando en silencio. Estudió la disposición de la estancia. Sí, quedaba bien allí. Ahora tendría que poner la olla con los restos humanos para asustar a los niños que vinieran a pedir caramelos.

—¿Hay más sangre por ahí, 'pa? —preguntó el muchacho, mirando con cierto disgusto el contenido. La verdad era que resultaba más bien pequeño, poco intimidante.

—Vamos a ver, chaval —dijo un hombre alto vestido como Brandon Lee en El Cuervo—. No tenemos toda la noche. Aún tenemos que salir a pedir caramelos tú y yo, ¿sabes?

—Bueno, pero antes tenemos que dejar todo esto preparado, ¿no? —se quejó el joven mientras se rascaba la amplia frente recubierta de blanco maquillaje. Se miró la mano, observando con preocupación que se había llevado parte de la pintura corporal en las uñas—. ¿Sigo pareciendo Pennywise? —preguntó, alarmado.

El otro lo miró con indiferencia. Se concentró unos instantes en el rostro.

— Sí, aún pareces el puto payaso. La verdad es que no sé qué veis en King. Yo me leí la novela cuando tenía tu edad... bueno, algo menos, vaya... y no me pareció nada interesante, salvo por la parte en que folla, que me hice algunas pajillas...

—¡'Pa! — gruñó el joven —. ¿Pero a ti te parece que me interesa lo más mínimo saber cómo te la cascabas en los noventa?

—Y ahora, hijo —se rio el padre—. Y ahora también.

—¡Joder, papá!

—Yo me enamoré de Eric Draven nada más ver la película. Me la compré en VHS y todo, y la vi yo no sé cuántas veces... Mis padres ya estaban hasta los huevos de ella. Pero es un clásico que nunca pasa.

Dio un par de pasos atrás y contempló su obra. La pared mostraba un intenso color rojo, mientras la pieza de tela chorreaba algunas gotas sobre el suelo, mostrando una imagen inquietante. Faltaba algo, no sabía qué, pero estaba ahí, esa ausencia que le impedía quedarse del todo satisfecho.

—¿Has preparado el esqueleto? —le preguntó a Pennywise.

La cara de payaso asomó al otro lado del marco de la puerta. Mostró la dentadura postiza llena de afilados dientes y colmillos en una mueca risueña cargada de mal, como la de Tim Curry en la película original, pese a ir caracterizado como Bill Skarsgard en la última versión.

—¿Pero qué te piensas? ¡Esto lleva su tiempo, joder! —se quejó.

Llamaron a la puerta. El hombre se alisó la gabardina de piel mientras sus labios creaban la mueca de la sonrisa triste del personaje de la película. Iba a abrir cuando el payase se materializó a su lado.

—¡No, no, no! ¡Déjame a mí esta vez! ¡Porfi! —Una mueca triste se deslizó bajo el impoluto maquillaje.

El padre suspiró.

—Vale, está bien —cedió.

El chico se colocó tras la puerta. Tensó un momento la espalda. Carraspeó.

—¡Hola, niños! —dijo, alterando la voz para que sonara cómica.

Un grupo de unos siete u ocho niños apareció al otro lado. Levantaron sus calderos de plástico y las calabazas de juguete, llenos hasta el borde de caramelos.

—¡Truco o trato! —chillaron al unísono.

Se inclinó sobre ellos, mirando las golosinas con sorpresa mientras se frotaba las manos y su rostro se expandía tras una amplia sonrisa.

—¡Uy, pero cuántos caramelos! ¿No tenéis suficientes? —preguntó.

—¡No! —corearon, todos a una.

—¿Y queréis más?

—¡Sí! —aullaron a una sola voz.

Se echó a un lado, dejando espacio para que pasaran. Al fondo, una enorme fuente de metal llena de dulces de todos los tipos imaginables brilló al fondo de la estancia bajo un dosel de telas de araña hechas con algodón deshilachado y un par de murciélagos de goma que se agitaban movidos por alguna brisa invisible que nadie notaba.

—¡Pues ahí los tenéis! ¡Corred! ¡Corred y coged todos los que podáis!

No había terminado de hablar cuando ya estaban entrando en tromba y rodeando el bol para meter sus manitas en el interior y coger las golosinas a puñados. El último niño se detuvo un instante para darle las gracias al hombre disfrazado de payaso, pero la mirada de sus macilentos ojos amarillos y la boca llena de afilados y brillantes dientes tuvieron en él un efecto del todo contrario al que buscaba producir, cuando se dio la vuelta aterrado, soltando el saco que llevaba en la mano, y salió corriendo calle abajo.

No vio cerrarse la puerta a sus espaldas, con todos sus amiguitos tras ella.

GRAEME REWELL-The Birth of the Legend
(THE CROW OST, 1994)

No paró de correr hasta que, a mitad de calle, unos chicos mayores le pararon. Uno de ellos, disfrazado del Inmortal Joe de Mad Max Fury Road lo miró con preocupación un instante antes de quitarse la careta llena de dientes.

—¡Pablo, soy yo! —le dijo preocupado.

—¿Quién es? —le preguntó otro del grupo, con una careta de goma simulando las quemaduras de Freddy Krugger.

—Es mi hermano pequeño. ¿Qué ha pasado? —insistió.

—¡Se los ha tragado! ¡El payaso de la casa se los ha tragado! —aulló.

—Enséñame dónde están —le pidió su hermano mayor.

El niño los llevó hasta la casa. En apariencia, una casa más del vecindario, con una tapia que la circundaba y tras la que parecía haber un jardín, como en la mayoría. Las luces estaban encendidas, así que habría alguien en su interior.

—Vale, Pablo. Vete a casa —le dijo a su hermanito —. Yo me encargo de esto.

El niño desapareció calle abajo. Los harapos de su disfraz de zombi aletearon al aire hasta desaparecer de la vista.

—¿Qué hacemos? —preguntó uno, con máscara de hockey y un largo stick de madera.
Inmortal Joe no dijo nada. Se acercó y llamó al timbre. A los pocos segundos, se escucharon unos pasos sobre el césped. La puerta no tardó en abrirse, apareciendo el rostro sonriente de Pennywise. La sonrisa desapareció al cabo de un instante.

—Vosotros sois demasiado mayores para trato o truco —se quejó.

—Estamos buscando a un grupo de niños —comenzó.

—Esta noche está llena de grupos de niños —dijo el otro, señalando la calle por la que correteaban grupitos de chavales llamando de puerta en puerta.

—La mitad llevaban calabazas y la otra mitad calderos —insistió, tratando de no perder los nervios —. Se había puesto de acuerdo para...

—Se han largado hace un rato. Una media hora, o así —Y cerró la puerta de malas maneras.
Freddy Krugger se colocó a su lado.

—¿Cómo sabía de qué grupo le estábamos hablando? Hay calderos y calabazas por todas partes.

—Y no puede haber hecho media hora. Nos hemos encontrado con Pablo hace menos de diez minutos, así que lo que sea ha sucedido hace unos quince, como mucho.

El que llevaba el palo de hockey golpeó el asfalto.

—Vamos a entrar y a sacarles la verdad a hostias —sugirió.

Un cuarto, disfrazado como el Joker de Batman se materializó junto a ellos, miró a ambos lados de la calle, y sonriendo como el personaje del cómic, dijo:

—¡Maldita sea! ¡Se me ha caído la cartera tras la valla! —Y no había terminado de decirlo cuando ya estaba escalando la tapia y saltando al otro lado.

Inmortal Joe fue el siguiente, y el resto le siguió al momento. La casa estaba iluminada, y la puerta de entrada se encontraba entornada. Entraron en hilera, en silencio, pendientes de no rozarse con nada para no hacer ni el más mínimo ruido. Al parecer no había nadie, ni siquiera había rastro del tipo vestido de payaso. Avanzaron por la casa hasta llegar a la sala de estar. La sorpresa fue mayúscula cuando vieron a un grupo de unos doce niños pequeños con la cara vuelta hacia el televisor, viendo Hellraiser.

El hermano de Pablo chistó para llamar su atención, incluso llamó por su nombre a aquellos que conocía del cole del su hermano, pero ninguno respondió. sudando a mares, nervioso por la situación, dio unas zancadas hasta que se colocó delante de la pantalla.

Deseó no haberlo hecho.

Los rostros de los pequeños carecían de ojos, y la sangre se había derramado formando un reguero de lágrimas carmesíes que descendía por las mejillas. Además, les había cortado los carrillos para que mostrasen una macabra sonrisa. Una de las niñas le miraba fijamente con las cuencas de los ojos vaciadas, y estuvo a punto de vomitar allí mismo.

—¡Vámonos! —aulló —. ¡Ahora mismo! ¡Hay que llamar a la policía!

Se dieron la vuelta para salir a escape entre un mar de protestas y preguntas que le hacía el resto de los chavales de su pandilla. De pronto, cayendo por el hueco de la escalera, se precipitó un cuerpo. Era un esqueleto, con los huesos recubiertos de sangre fresca, sobre los que se podían apreciar algunas briznas de tejido muscular aún adheridas a su superficie. En el interior de la caja torácica, aún se encontraban los pulmones y el corazón.

Los cuatro comenzaron a aullar, aterrados. Quisieron salir a escape por la puerta, pero una figura se lo impidió. Un tipo con el rostro maquillado en blanco con líneas negras y una larga gabardina de cuero o piel. Sostenía un bulto en las manos del que caían gotas de un líquido rojizo, empapando la alfombra sobre el suelo.

—¿Quién quiere contar historias macabras? —dijo, con voz lúgubre —. ¡Ya sé! ¡Que empiece papá! —Y levantó el bulto, que resultó ser una cabeza, sin ojos y con la boca muy abierta—. ¿Qué historia queréis que os cuente? —volvió a cambiar la voz, como si fuera de otra persona, mientras encendía una linterna que había incrustado en la base del cuello, iluminando la cabeza por el interior, saliendo la luz de manera espantosa por las cuencas de los ojos y la cavidad bucal.

La puerta se cerró a toda velocidad tras él. Los gritos duraron poco más de un minuto, al cabo del cual se hizo un profundo silencio. No hubo más movimiento hasta pasados unos veinte minutos, cuando la puerta se abrió y los dos hombres salieron a la noche.

—¿Crees que la policía se dará cuenta de algo? —le preguntó el hijo al padre.

—Después de casi treinta años haciendo esto, y visto lo visto, no lo creo. Se pensarán que es un crimen macabro de la noche de halloween, y no le darán más importancia.

Se cruzaron con más grupitos de chavales corriendo de aquí para allá, disfrazados para una noche tan especial. También grupos de adultos, que no pudieron hacerlo en su época y ahora querían divertirse como en las películas que tanto admiraron y que devoraron mientras crecían.

Alguien les llamó la atención. En tipo de complexión fuerte, pero sin ser una mole, que caminaba con lentitud al final de la calle.

No iba disfrazado de nada, pero tenía manchas de sangre en las perneras de su pantalón de pana.

© Copyright 2018 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.



0 comentarios:

 

Flickr Photostream

Twitter Updates

Meet The Author