RELATO "EL MOSQUITO"

Relato "EL Mosquito", originalmente publicado en Secretos de R'Lyeh el 15 de diciembre de 2014. Espero que lo disfrutéis.

EL MOSQUITO

Hace un calor tórrido. Asfixiante. No deja de sudar sobre el colchón, con la cabeza pegada a la funda de la almohada y los haces de luz filtrándose a través de los estores de la ventana.

¡Qué asco de calor!

Prácticamente está desnudo sobe el colchón. No cesa de sudar. la piel le brilla al contacto con las tenues y azuladas luces, como si estuviera embadurnado en aceite.

A sus oídos llega un agudo sonido, lejano al principio, hasta que va tomando cada vez más y más entidad, una molesta proximidad que le eriza el cabello y le desvela por completo.

No puede ser.

"Joder, un mosquito", masculla fastidiado.


Lentamente, una mano palpa la pared en busca del interruptor que enciende la lámpara del techo, pero parece que se esfuma del tabique, como si el aplique quisiera evitar el contacto con él, tratando de esconderse entre las sombras.

"Mierda", maldice mientras se sienta al borde de la cama y palpa la superficie de la mesilla de noche en busca del botón de la lámpara de noche.

Se escucha un chasquido suave y tímido un instante antes de que la amarillenta luz bañe la estancia. Mira por todas partes, pero no encuentra rastro del mosquito.

Maldito sea...

No hay peor cosa que el agudo tañido de la nota de un violín ascendente en mitad de la oscuridad estival: el aviso de que el mosquito se acerca. de que ese impertinente inquilino viene a desvelarnos y a dejarnos como tarjeta de visita la impronta de una picadura de escozor insoportable sobre nuestras pieles.

Los odia.

Aprovecha y busca el interruptor de pared, ese que parece no querer saber nada de él. Lo encuentra en el mismo sitio de siempre, no hay sorpresas.

No se ha movido.

La búsqueda del insecto se hace más intensiva, más exhaustiva, pero igualmente fútil e infructuosa. Pese a buscar por todos los rincones de la estancia, palmo a palmo, milímetro a milímetro, el escurridizo volátil no aparece.

Desesperado y cansado, se vuelve a tumbar y apaga la luz.

Se siente agotado. El calor lo está deshidratando. Tiene ganas de levantarse a tomar un vaso de agua, o de algún refresco que le calme el irritante escozor de su garganta, pero se siente tan aplomado que no es capaz de incorporarse.

Entonces lo vuelve a escuchar.

El agudo sonido de las alas del mosquito.

Se mueve muy despacio, temiendo espantarlo con sus movimientos, ya que el sonido aparenta proceder de algún lugar muy próximo a él, pero no es capaz de precisar dónde. Esta vez sí que logra encontrar el botón en la pared a ciegas, y lo pulsa con fuerza. La macilenta luz baña la estancia, inundándolo todo, obligándolo a parpadear, molesto, sintiendo que se le irritan los ojos acostumbrados a la penumbra.

Mira en todas direcciones, esperando, aguardando.

Nada.

Aguarda unos minutos, escrutando cada minúscula porción del dormitorio, cada mota de polvo flotando ante los rayos de luz, pero nada de nada.

"Puto mosquito".

Escucha el silencio hasta que no hay más que un pitido de estática en sus oídos, como si escuchara el sonido del silencio, pero no le llegan los agudos sones de la escalofriante sinfonía del mosquito.

Maldiciendo, apaga las luces y se da la vuelta sobre el colchón, cierra los ojos e intenta dormir. Un oído queda pegado a la almohada, pero el otro se afana por escuchar el sonido de las alas del insecto para darle cada.

Entonces suena un nuevo sonido.

Algo que rasca y araña dentro de su almohada el relleno primero, pero ahora ha llegado a la tela. Siente unos dedos que le acarician la piel de la mejilla y la sien por debajo de la húmeda funda hasta que llegan al pabellón auricular, recorriéndolo con delicada premura, como si lo estuvieran acotando, como si fueran los dedos de un pintor ciego que pretendiera memorizar las curvas de su modelo.

Un escalofrío helado recorre su espina dorsal. Un sudor helado lo empapa.

Entonces siente un desgarrador dolor que cruza su cráneo de oreja a oreja. Puede ver las oscuras y tétricas gotas de su propia sangre salpicando la funda de la almohada, brillando bajo la mortecina luz de las farolas que penetra por entre los estores de la ventana.

Su cuerpo se relaja, invadido por la Muerte.

Ya no escucha el zumbido del mosquito emergiendo de entre el relleno de la almohada.



© Copyright 2014 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.

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