RELATO "LOS OJOS DEL SILENCIO"

Relato "Los Ojos del Silencio", inicialmente publicado el 16 de enero de 2015 en "Smokin' Guns: el Lobo y la Placa".
Espero que lo disfrutéis.

Sugerencia musical: Sweet Dreams, de Emily Browning (Sucker Punch OST)

 

LOS OJOS DEL SILENCIO

Los ojos de la muchacha recorrieron las silenciosas calles. Se detuvieron en la contemplación del grasiento asfalto, de las paredes llenas de pintadas de la calle, la inmensa soledad del polígono industrial a aquellas horas de la madrugada.

Sola. Estaba sola, como siempre. De cuando en cuando se acercaba un coche con algún solitario en su interior para preguntarle por el precio de su carne. Las tarifas eran asequibles. Ella misma aún seguía siendo atractiva aún, lo suficiente como para atraer la atención del ojo masculino.

Bueno, o eso o que su carne era barata.

Eso también contaba.



No le gustaban los grupos. Mucho trabajo y siempre querían regatear, pagar lo mínimo imprescindible, a ser posible nada, y no eran pocas las ocasiones en que los servicios terminaban con alguna golpiza por el placer de poder abofetearla.

No, prefería a los viejos, sin duda. Pagaban bien, se conformaban con poco y la mayoría se iban enseguida con un par de caricias en la verga.

Luego estaban los dos lados de la moneda: los polis y los choros. Unos querían información y servicios gratis; los otros, servicios rápidos y presumir de sus hazañas y de cómo han escapado de la pasma.

Y esa era su principal moneda de cambio: la información.

Siempre había un camuflado con un par de polis de paisano, investigando, a los que poder soltar la información. A cambio, si había detenciones, a ella no la detenían; si había peligro en la zona, siempre había un patrullero que daba un par de vueltas por su zona y protegerla.

Era un activo importante.


Pero eso también era temporal. Llegaría el día en que la descubrirían, en que alguien se daría cuenta de que era ella la que le pasaba todas las noticias a los maderos, de que eran sus labios de los que escapaban todas aquellas palabras que le susurraban mientras tenía sus pollas en su boca, de lo que presumían con el pecho ancho como una orgullosa paloma mientras gruñían entre furiosas embestidas contra su sexo.

Volvió a ver el Ford Fiesta azul marino rondando por entre las calles del polígono. Se detenían, hablaban con otras chicas, pero ninguna subía al vehículo. Las veía sonreír, bromear, y decir adiós con la mano, pero ninguna era la elegida.

Aquello no le gustaba nada.



Andaban buscando a una chica en concreto, pero no podía asegurar a quién. No era negra, ni rumana, ni de ninguna otra nacionalidad, ya que el coche no se había parado a hablar con ninguna de aquellas. Siempre se había detenido a hablar con españolas, pero parecía estar evitando a las enganchadas.

Ella sólo estaba desnutrida, pero no tenía pinta de drogadicta.

El miedo comenzó a apoderarse de ella. Sabía que podrían estar buscándola a ella, que si se subía a ese coche no volverían a verla. Puede que la encontraran flotando en el Guadalquivir, o en una escombrera en las Tres Mil o en Torreblanca, o puede que la tiraran a una porqueriza perdida en algún lugar remoto como Albaida o La Roda, donde las bestias la devorarían hasta que no quedasen de ella ni los huesos.

De pronto unos faros la enfocaron. El vehículo se desplazó directamente hacia ella, sigiloso y terrible. Se le antojó a la efigie de un robusto tiburón blanco, uno de aquellos terribles seres que había visto en tantos y tantos documentales en la tele.

Metió una mano en su bolso de mano. Entre los condones y el lubricante sintió el tacto frío del metal y la caricia de un plástico poroso. El pulgar impulsó hacia adelante la pestaña de la hoja y pudo sentir el chasquido de la herramienta contra su mano, insuflándole una breve esperanza y una frágil sensación de seguridad.

Recordó en silencio a aquel investigador que no pedía nada a cambio de la información, que se portaba bien con ella, que la invitaba a desayunar algunas mañanas cuando quedaban para pasarle lo que había averiguado la noche anterior.

Rezó en silencio para que estuviera de guardia aquella noche y apareciera en aquel mismo instante doblando la esquina en una suerte de moderno caballero andante a su rescate.

Pero estaba sola.

Una vez más.


© Copyright 2015 Javier LOBO.Todos los derechos reservados.

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