EN EL SENDERO DE LA OSCURIDAD

EN EL SENDERO DE LA OSCURIDAD

Caminando con pasos quedos
en el sendero de la oscuridad,
con el resonar del aleteo del cuervo
y los graznidos de su pico
emitidos como advertencia,
camina un hombre pálido,
enlutado,
de triste figura
y apagada mirada,
sonrisa amarga en los labios,
y rumbo perdido
pero conocido.

Siente que su alma
se balancea bajo un péndulo,
pendiente de que una pasada
de la cruel hoja
lo desgaje como a una fruta,
ser rebanado
como una loncha de carne
sobre el mostrador del carnicero.

Sus ávidos ojos
buscan a Leonor,
al ángel que duerme
en un sepulcro junto al mar turquí,
mientras las olas rugen
y el cielo se oscurece
y el tiempo se detiene
hasta dejar de existir,
y los ángeles del Cielo
y los demonios del fondo del mar
lo observan
azarosos y temerosos,
pues su poder es nigromancia,
su arma una pluma,
y el reguero de tinta
que deja sobre las resmas de papel
son hechizos
de profundo conocimiento arcano
y grandes poderes,
creados para perdurar en el tiempo,
para captar a nuevas generaciones
postreras a su paso
por el valle de lágrimas.

Se esconden
pues temen ser capturados
en el horror de sus palabras,
envueltos en páginas
que se convertirán en libros
para ser devorados por los caminantes,
muertos en vida
y en vida muertos,
danzarines putrefactos
de ritos vudú,
ansiosos de saberes ignotos y olvidados,
antes de ser disueltos
una y otra vez
en vasos de licor
en elegantes reuniones sociales
de alta alcurnia,
o trasnochando
en alternes de baja estopa
de cualquier tugurio
al que pueda llamarse taberna.

Un gato negro tuerto
lo mira con su único y refulgente
ojo ambarino.
Sabe cuál es su pesar,
conoce de su dolor
mejor que nadie pues,
al igual que Odín,
pagó con su propio ojo
el precio del conocimiento
y con la horca
la inmortalidad.

Sus ojos
mucho ha que se apagaron,
pero no dudaron en hablar
del hundimiento de una familia
reducida a la nada
y condenada al olvido,

de una enfermedad
que arrasó todo cuanto halló a su paso,
incluidos los altos castillos
en los que poderosos hombres de antaño
se refugiaron.

Abrió cajones de culpas,
emparedó corazones
que delataron pecados,
y hendió una sima profunda
en donde el crimen y su deducción
se convirtieron en arte sublime y exquisito,
donde muchos hombres
de distintas generaciones
convergieron para crear
grandes odas a la sangre y el horror
para honrar el primer paso
dado por sus trémulos pies.

Ahora,
enredado en su propia maraña de palabras,
envuelto en una telaraña de tiempo,
el nigromante espera al futuro,
sin permitir resolver
el último gran enigma
que planteó antes de desaparecer.
Un enigma en cinco pasos,
cinco días,
los últimos de su vida,
de los que nada se sabe,
de los que no permitió que nadie supiera,
de los que todos se preguntan
dónde te escondiste
y qué hiciste
antes de ser recogido
delirante y agonizante
en un parque
y permitir lentamente
que la vela que alumbró tus ojos
se apagara un aciago día
que aún no ha concluido.

Estamos en un camino
sin baldosas ni adoquines,
ni bordes ni límites,
desnudos los pies
pisando las espinas,
donde los que nos arrastramos
tras tu sendero de dolor,
sin ojos ni lengua,
implorando en súplicas sin voz,
donde sólo logramos atisbar
la creencia de tu grandeza,
pero sólo vemos los perfiles de tu larga sombra,
queremos tocarte,
pero no llegamos ni a rozar
las hilachas de los hilos
de tus harapos.

¿Dónde estás, Poe?
¿Dónde quedaron
tus anhelos y tus miedos?
¿Por qué preferiste beber tu vida
en amargos tragos de licor
en vez de desbordarte
como un océano de tinta rugiente
contra las costas del papel?
¿Por qué no nos hiciste
volver a bailar una letal danza,
moderno Félix de Montemar
en unión de su Elvira,
que es nuestra Parca?
¿Por qué te fuiste,
arrancándonos los ojos,
salpicando de sangre las paredes,
dejándonos ciegos y perdidos
sin tu don,
en la oscuridad sin la negra luz de tus palabras,
sin poder volver a disfrutar
de la esgrima de la tinta de tu pluma?

En el camino,
sólo se ve a lo lejos
un cuervo posado,
majestuoso y terrible,
sobre un busto de Palas Atenea y,
en el aire,
un verso que se repite eternamente:
"Nevermore".

¡NUNCA MÁS!


© Copyright 2014 Javier LOBO

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