EL HOMBRE SIN ROSTRO

Rammstein - Mein Hertz Bennt (Piano Version)

EL HOMBRE SIN ROSTRO

En el silencio de ninguna parte
se escucha lejana la sinfonía
que unos extraños instrumentos de cuerda
interpretan para nadie en particular
y para todo el mundo en general.
Es una música
que con oídos no se puede escuchar
pero que el corazón logra estremecer,
el calor del cuerpo arrebatar
y la sangre en las venas paralizar.

Un hombre sin rostro,
con la piel de ónice brillante
describe círculos en fina arena,
dibujando símbolos olvidados,
liturgias de nigromantes prohibidas,
conocimientos arcanos
que temen hasta los más oscuros.

Sus dedos son blancos
como la espuma del mar,
sus atavíos son pulcros e inmaculados,
negro de cuervo intenso,
con matices que sólo la más tenue
de las luces del atardecer puede revelar,
cuando el sol muere
para dejar que la noche abra su oscura boca
y permita salir a sus terribles abominaciones
desde el Averno de su garganta.


Cerbero ladra a lo lejos
y Fenrir aúlla tan agudo
que salta los tímpanos,
anunciando la apertura
de la veda de las almas,
que la cacería ha comenzado,
que el portal se ha abierto
de par en par
para permitir la salida
de aquellas pesadillas
con las que soñamos
en noches sudorosas
en las que el aliento
nos es negado.

La figura no cesa de dibujar en el suelo,
surcando la fina arena nívea
como un navio surca el mar,
como el viajero atravesó
el velo del atardecer
más allá del horizonte
para encaminarse hacia un lugar
más allá de las estrellas
donde los hombres únicamente pueden soñar
y sólo los dioses pueden vislumbrar.

Un rostro sin boca ni ojos,
un alma carbonizada hasta sus cimientos,
un cuerpo que no es más que carcasa,
horrible como el quejido de muerte del agonizante,
como el postrer estertor del fallecido
cuando la vida le abandona llorando
para iniciar el eterno vagar
más allá del muro de la vida.

La fiera nórdica roe
los restos del brazo de Tyr,
que ya no son ni despojos.
Las cabezas de Cerbero
lanzan dentelladas al aire.
Entonces se disipan las nubes de fuego y azufre
y aparecen las almas retorcidas,
como penitentes en procesión
a las pirámides de los grandes faraones.
Gimen y lloran por bocas que no existen
y sus lágrimas emanan por ojos que nunca vieron,
rodando por mejillas ultrajadas.
De fondo,
los titanes golpean
con ciega furia las fraguas.


La figura sigue con su escritura silenciosa,
separando las arenas
como en otro tiempo lo hicieran las aguas,
ejecutando una danza corporal
con la sutil y elegante fluidez de Tai Chi,
pero escondiendo sus oscuros y letales secretos
en la armonía que emana de cada gesto.

De fondo, la sinfonía no cesa
en su interpretación
ni por un instante.


© Copyright 2014 Javier LOBO

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