EN LA CELDA

EN LA CELDA

Perdido en alguna parte,
bolo alimenticio
en algún rincón de los intestinos de la institución,
hay un cubículo en el que reposa
el gran durmiente,
esperando a ser resucitado.

Somos virus con ínfulas de dioses,
somos microorganismos
que creen haber conquistado un planeta
sin reparar en que apenas sí somos
reyes de una mota de polvo,
que los Primigenios aguardan
en sus tumbas de cristal
en el frío exterior,
ocultos en su oscuridad eterna,
hasta que llegue la hora
de volver a tomar lo que es suyo
una vez más.



Amparados en la ciencia,
amparados en conocimientos
en los que sentirnos seguros
y con los que explicar todo procedimiento,
todo suceso natural,
se ha dejado la magia atrás,
el conocimiento arcano
ha quedado desterrado,
y oculta la oscuridad
en sus propias tinieblas.

Somos nuestros propios experimentos,
intervenidos para aprender más
de los secretos que entrañamos
sin no ser más que cobayas
a las que hurgar en las entrañas.
Somos falsos ídolos
para no observar los verdaderos dioses
y sus retorcidas formas
que se ocultan tras las nubes de los cielos
o las sombras de la noche.
Buscamos desenterrar
las verdades ocultas en nuestra mente
en un intento desesperado
por encadenar una vez más
con cadenas de plata a los esclavos,
sin darnos cuenta de que ya llevamos
nuestra particular argolla,
pesada y oxidada,
lacerando nuestra piel,
ulcerando nuestra carne.
No llegamos a la esencia de nuestros cerebros,
pues es el alma,
y lo más que logramos es desmontarnos como mecanos,
como piezas de un juego de construcción al que,
tarde o temprano,
le falta un elemento esencial
y la construcción queda incompleta
y no se puede sostener en pie
nunca más.


Los dioses permanecen en el frío exterior,
en tumbas de cristal,
mientras los hombres,
armados con Ciencia,
los mantienen a raya, desterrados y olvidados
para toda la eternidad,
sepultados en polvorientos cajones de olvido
en sepulcros sin nombre
de desiertos en continuo movimiento.

Pero hay un rincón de esta institución,
pasando el Miskatonic,
en un lugar que no se atreve nadie a pronunciar
ni a dar voz en todo Arkham,
donde hay una celda,
que no es más que una rugosidad más
en el largo tránsito intestinal
de los pasillos del monstruo de ladrillo y cemento
que se erige en forma de paredes,
en el que dios durmiente
permanece enclaustrado,
encerrado,
condenado al olvido.

Donde el durmiente
espera ser resucitado.




© Copyright 2014 Javier LOBO

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