ESPADA EN MANO

ESPADA EN MANO

El cielo es un turbio remolino
de espumas blancas
que va dejando paso
a las burbujas.
Arriba,
las olas se estremecen
con brillos ígneos
mientras otra nave
se consume.
Un cuerpo pasa a mi lado
y se hunde a más velocidad que yo
en la negrura de las aguas,
engullido por Hela
 hacia el inframundo de Helheim.

Puedo vislumbrar
durante un instante
los ojos sin brillo de su faz,
la expresión ausente de su rostro,
el rictus de sorpresa
que se le ha quedado
grabado en sus facciones,
como si la muerte
le hubiera abordado
por sorpresa.

Hace mucho
que abandoné las costas
que me vieron nacer,
los farallones que escalé,
los acantilados en los que huevos de aves busqué,
los fiordos en los que pesqué.
Me hice a la mar
sin más contenido en mi alforja
que un puñado de expectativas
y muchas ansias de labrarme un nombre.

Grabaron runas en mi honor
y los bardos entonaron eddas de mis hazañas.
No hubo torre de castillo que no escalase,
foso que no sortease,
costa que  no nadara y asaltara,
mujer a la que no poseyere,
ni hijo del hombre que tratare de quitarme la vida
al que no le arrebatara yo la suya.
Mis sacas de oro llené,
de aceros mis drakkars cargué,
y mi pecho de orgullo henchí.
Thor mismo me bendijo
con el azote de sus tormentas,
y Odín aprobó
la sangre en su honor derramada.

Conocí las costas
llenas de monasterios
del Poniente
y los palacios
llenos de maravillas
del Oriente.
Serví a emperadores y a jarls por igual,
entoné los cantos de mis proezas en los things.

No moriré de herida mortal,
pero sí en combate,
aunque sea bajo las aguas,
mientras mi piel de acero
me arrastra
irremediablemente
hacia la noche eterna
que me aguarda abajo,
sorteando serpientes marinas
y otras criaturas fantásticas,
hasta que cierre los ojos
para siempre.

Ahora me dispongo a esperar,

que las valkirias me recojan,
ascender por el Yggdrasill
hasta Asgard
 y ser recibido por los Aesires
 en el Valhalla,
en el combate eterno
y el banquete sin fin
antes del Ragnarok,
espada en mano.

© Copyright 2014 Javier LOBO